Mis sexenios (69)
José Guadalupe Robledo Guerrero.
Primera etapa del
sexenio enriquista
Una vez electo gobernador Enrique Martínez, los medios de comunicación comenzaron su circo favorito: candidatear a los cargos del gabinete a todos aquellos que pagan por ello o a los que quieren “quemar”. En ese circo publicitario se informó que la próxima directora del Icocult sería la hija de Óscar Flores Tapia, Rosa del Tepeyac Flores.
Ese sería el tema que abordaría una noche de copas el cortesano Santiago Chío Zulaica. Resulta que algún día del último trimestre de 1999, José María Fraustro Siller y Mario Eulalio Gutiérrez Talamás me invitaron a cenar y a tomarnos unos tragos. Y eso hacíamos en el restaurante “El Mesón Principal” cuando sin ser invitado llegó a nuestra mesa Chío Zulaica.
Y sin protocolo alguno comenzó a proferir palabras ofensivas en contra de Rosa del Tepeyac porque iba a ser nombrada titular del Icocult y contra Enrique Martínez por integrarla a su equipo gubernamental. Aquella ocasión, Santiago Chío amenazó con renunciar a su cargo universitario relacionado con la cultura, si Rosa del Tepeyac era nombrada por EMM en el Icocult, pues Chío aseguraba que era una verguenza que una mujer con tan mala imagen como Rosa del Tepeyac se hiciera cargo de la cultura coahuilense.
Chío Zulaica tiene toda su vida de guitarrista “bohemio” disfrutando de un generoso salario en la UAC, en pago a que ameniza, con chistes y canciones, las orgías de los rectores en turno y su séquito de cortesanos. De todas formas, Rosa del Tepeyac fue nombrada titular del Icocult y Chío Zulaica nunca renunció a su cargo universitario.
Pero de lo que no se pudo escapar el bufón de Santiago Chío es que lo corriera vergonzosa- mente de nuestra mesa ante el asombro de sus amigos Chema Fraustro y Malalo Gutiérrez, quienes al parecer estaban de acuerdo en todos los ofensivos calificativos que el cuentachistes de Chío le dedicó a Rosa del Tepeyac Flores, y de paso a Enrique Martínez. Siempre me ha molestado que los cortesanos contaminen el ambiente...
Y como no hay fecha que no se llegue, finalmente terminó el sexenio montemayorista, y también el trienio municipal de Manuel López Villarreal, que finalizó sin cumplir su promesa de campaña de “resolver el problema del agua potable, para que todos los saltillenses tengan agua las 24 horas del día”.
Manuel López no sólo no cumplió con su principal promesa de campaña, sino que incrementó un 300 por ciento las tarifas del vital líquido, utilizando al SIMAS como una caja recaudatoria, y agravando más el problema al rezagar su solución.
Para mostrar el cinismo familiar, un mes antes de que Manuel terminara su periodo en la Alcaldía saltillense, su padre Isidro López del Bosque hizo una desvergonzada declaración en la que señaló: “En Saltillo ya hizo crisis la falta de agua (y por eso) se ha frenado el crecimiento industrial”.
Con su oportunista declaración, Isidro López del Bosque intentó exentar de responsabilidad a su junior, pues entre otras cosas dijo: “El problema del agua en Saltillo es muy fuerte y costoso; el municipio no tiene recursos para resolverlo, pues ya quisiera tener dinero para los servicios normales. Ni siquiera el gobierno estatal tendría capacidad para solucionarlo”.
En su perorata, Isidro López del Bosque olvidó que fue su empresarial familia la que frenó por décadas el desarrollo de Saltillo y del sureste de Coahuila, y que fueron sus dos parientes: Rosendo Villarreal y Manuel López los responsables de la crisis del agua, pues ellos dos habían gobernado Saltillo 6 de los últimos 9 años, y según los especialistas, los problemas del agua en Saltillo se habían agravado en la última década.
Por su parte, Manuel López Villarreal montó un circo televisado, y a través de la publicidad pagada, ordenó que se realizara una “encuesta” sobre el “rescate” del Teatro García Carrillo y los terrenos de Zincamex que habían sido embargados por el banco que le otorgó un préstamo personal a su tío Rosendo Villarreal cuando era alcalde.
En la mentirosa “encuesta” realizada por patiños, se hizo aparecer a Manuel López como el salvador del patrimonio municipal, pero nada se dijo sobre la ilegalidad del préstamo que pidió Rosendo sin la autorización del Congreso del Estado. Tampoco se informó que la liquidación de tal empréstito era ilegal, como lo fue que Rosendo diera en garantía los bienes municipales.
Lo cierto es que Manuel López Villarreal terminó su periodo en la Alcaldía de Saltillo dejando a Simas en quiebra, lista para privatizarla. Los López del Bosque tenían interés en el agua de los saltillenses, pero la orden fue entregarle el agua a los españoles de Aguas de Barcelona.
Manuel López Villarreal, al igual que su tío Rosendo Villarreal nada hicieron por resolver los urgentes problemas de Saltillo. Ambos se dedicaron a recaudar dinero a costa del bolsillo de los ciudadanos más modestos. Uno y otro utilizaron la policía municipal para agredir a los saltillenses pobres. Ambos utilizaron los recursos del ayuntamiento para beneficiar a sus potentados parientes y a sus lacayos empresariales.
Ni Rosendo ni Manuel hicieron algo por resolver la falta de agua, la carencia de vialidades, ni intentaron ordenar el crecimiento urbano, menos aun satisfacer las necesidades del crecimiento demográfico de nuestra ciudad.
A pesar de la nula acción municipal de los gobierno panistas, tanto Rosendo como Manuel endeudaron al ayuntamiento saltillense, y nunca dieron un informe del destino que tuvieron los recursos que manejaron ni dijeron a dónde fueron a parar las grandes cantidades que recaudaron a través de sus represivos e ilegales operativos policiacos.
Además de la remodelación de la Plaza Acuña, Manuel López realizó su única obra vial: un puente elevado que fue pensado para que beneficiara a sus ricos parientes del GIS, También iluminó una calle donde tienen sus propiedades los dueños del GIS.
Por otro lado, Manuel incrementó las tarifas del agua potable, aumentó el costo de todos los servicios municipales, autorizó aumentos en las tarifas del transporte urbano y otorgó cientos de concesiones para el servicio urbano de pasajeros. Se supo que uno de los parientes del Alcalde fue beneficiado con 40 concesiones para una ruta urbana. Además, vendió 850 concesiones para taxis.
Insisto: Los herederos de los López del Bosque salieron malos para gobernar, en el municipio saltillense se revelaron como deshonestos e incapaces.
El sexenio enriquista comenzó el Primero de diciembre de 1999, y a mediados de ese mes fui invitado a un brindis que tradicionalmente se daba en Palacio de Gobierno con los periodistas. Nunca antes había asistido a ese evento, pero esta vez acudí ante la insistencia de uno de los operadores políticos de EMM.
En aquella noche, Enrique Martínez, el anfitrión del brindis, fue afectuoso y deferente conmigo, de tal manera que en más de tres ocasiones se topó con mi persona y nos pusimos a platicar, cosa que molestó a los intrigosos. Lo cierto es que en este tipo de eventos, el gobernador se topa con quien quiere toparse, para mandar mensajes o simplemente desairar a otros.
Allí le conocí a Enrique Martínez otra faceta. En una de las veces que estábamos platicando en medio del amplio salón, se le acercó a EMM una lideresa de colonia clasemediera, y sin más interrumpió nuestra charla y le dijo: “Señor gobernador, sería bueno que le diera indicaciones a sus colaboradores de que nos atiendan y cumplan con quienes lo apoyamos, pues de lo contrario nos iremos con quien nos trate bien...”.
Sumamente molesto, Enrique no dejó terminar a la lideresa, y le contestó: -Vayase con quien quiera, a mi qué me viene a decir. La lideresa se quedó confundida y Martínez y Martínez me tomó del brazo y caminamos para otro lado del salón.
Un rato después se acercó Raúl Sifuentes Guerrero, quien se desempeño como Secretario de Gobierno durante todo el sexenio enriquista, y para identificarme le dijo a Enrique: “Robledo fue líder en el movimiento de Autonomía Universitaria, yo estuve una semana viviendo en su casa y en la Preparatoria Nocturna durante la lucha. Es amigo nuestro...”.
Inmediatamente le respondí a Sifuentes: -Eso le hubieras dicho a Eliseo Mendoza y a Rogelio Montemayor cuando me perseguían. En esos momentos si necesitaba de esas referencias”. Durante el sexenio enriquista nunca tuve la simpatía del Secretario de Gobierno, hasta el final volvimos a reencontrarnos, .
Por esos días, el nuevo Alcalde de Saltillo Óscar Pimentel me citó en su oficina, y a boca de jarro me preguntó: ¿Cómo crees que debe ser mi trato con el gobernador Enrique Martínez? Mi respuesta fue inmediata: Igual que el trato que tuvo Enrique Martínez cuando fue Alcalde con el gobernador Óscar Flores Tapia.
Se me quedó viendo, parecía confundido con mi respuesta, y le aclaré: Todas las obras que hagas deberán ser hechas por el gobernador, o dejar claro que se hicieron gracias al apoyo del mandatario. Pimentel no necesitaba opiniones, él sabía como hacerle con gentes del estilo de OFT y EMM, sólo tenía que comportarse como un vasallo.
El 28 de enero de 2000, los primeros círculos del estado se conmocionaron con la noticia -difundida discretamente- de la sorpresiva muerte de Armando Castilla Sánchez, propietario y director del periódico Vanguardia.
Amigos y enemigos se preguntaban la causa de su deceso, porque no daban crédito a la información que circulaba, debido a que Armando Castilla gozaba de cabal salud y no se sabía que tuviera algún padecimiento.
Ante el mutismo de los cercanos, los interesados esperaron al día siguiente para conocer los detalles, pero se llevaron otra sorpresa: ninguno de los medios de comunicación informó sobre las causas del lamentable suceso.
La información periodística fue maneja de manera parcial, incompleta y uniformada, como boletín oficial. Todos dijeron lo mismo, nadie se salió del formato. Se destacó sólo una parte del perfil de Castilla Sánchez: el de empresario exitoso, y se soslayó -en los reconocimientos póstumos- que fue factor en el equilibrio político de la entidad, y en ocasiones fue el fiel de la balanza que definió el rumbo de los acontecimientos, pero también fue el impulsor de la carrera de muchos políticos, y apoyo u obstáculo de gobernantes y funcionarios públicos. Por eso se antojó incomprensible que sus cercanos amigos y sus beneficiarios políticos, rehuyeran comentar la importante pérdida que sufrieron con la muerte de Castilla Sánchez.
Armando Castilla fue parte de los pesos y contrapesos que equilibran la política y el ejercicio del poder. Considerando lo anterior, que no lo mencionaran sus enemigos era comprensible, pero que no lo recordaran sus amigos, además de ingrato era injustificable.
Con Armando Castilla Sánchez yo llevaba una relación respetuosa y afectiva. La última vez que lo vi fue un mes antes de su muerte. Por ese entonces se reunía todos los jueves con algunos de sus amigos, entre ellos un amigo mutuo: Jesús Roberto Dávila Narro. El lugar de la reunión era el restaurante Viena, allí lo encontré y nos pusimos a platicar parados en la barra de la caja.
Se me quedó viendo a la cara y me dijo. “Acompañame a California, voy por unos días a una clínica, y sirve que tú te quitas esas ojeras, es una operación sencilla, barata y sin riesgos. Yo te la pago”. Inmediatamente me negué y le agradecí su invitación y su oferta.
¿Por qué no quieres ir?, me dijo. ¿No me digas que es cuestión de jotos hacerse cirugías estéticas. Eso no es cierto, es para que mejores tu calidad de vida y tu autoestima. Vamos, insistió. Ese fue el último día que lo vi con vida. Un mes después me sorprendía con su muerte, sobre todo cuando dijeron que había muerto por un infarto o una falla del corazón.
Recordé aquel día que lo encontré en el restaurante Viena, cuando me dijo que iba a una clínica a someterse a una intervención estética, le pregunté sobre su corazón, y me respondió: “Mi cardiólogo, Córdova Alveláis, dice que tengo un corazón de toro”, por eso se me hizo difícil entender la causa de su muerte.
En marzo, el gobernador Enrique Martínez me invitó a platicar a su despacho. Cuando llegué me dijo que diéramos una vuelta por Saltillo en su camioneta, “porque aquí hay muchas orejas”. Y salimos en la camioneta del gobernador, sólo él y yo, estaba claro que quería hablar conmigo sin tener testigos.
De inmediato fue al grano, me dijo que deseaba pedirme un favor, y comenzó a platicarme sus desavenencias y conflictos con Jesús Contreras Pacheco, en aquel entonces conocido como “El Cacique” de Matamoros, Coahuila.
Enrique creía que Rogelio Montemayor y yo habíamos terminado su sexenio como buenos amigos, alguien le había comentado que el último día del gobierno montemayorista habíamos terminado abrazados como grandes amigos en el restaurante “El Pecos” de Jorge Masso Masso.
Para dejar claro el asunto, le comenté a Enrique que no tenía amistad con Montemayor, pues él quería que yo interviniera para que el ex gobernador sometiera al “Cacique”, porque según Enrique “ya lo tenía hasta la madre”.
Mientras recorríamos algunas avenidas de Saltillo, Enrique insistía en mi intervención, no creía que yo estuviera enemistado con Montemayor. Finalmente aceptó que no podía intervenir. Y me preguntó qué había de nuevo.
Esto motivó que le diera mis apreciaciones sobre la repentina muerte de Armando Castilla Sánchez. A poco más de un mes de su muerte, nadie tocaba el tema de Armando Castilla, todos lo rehuían, nadie parecía recordarlo a pesar del contrapeso que Castilla representaba para las decisiones políticas, sociales y económicas del sureste coahuilense.
Enrique Martínez me escuchó con atención, pero no hizo ningún comentario, tampoco yo insistí. A EMM, como el resto de los que conocieron a Armando Castilla, no les interesaba hablar sobre la muerte del propietario del periódico Vanguardia.
(Continuará).
Primera etapa del sexenio enriquista...
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